martes, 11 de noviembre de 2008

La casa de la esperanza



Por Mónica Pérez

Jóvenes y niños trabajadores de la calle comparten sus historias en un hogar en el cual reciben atención y cariño.

Gilmer Urrutia (17) oculta el rostro mirando al suelo y por momentos mira hacia la ventana. Aún conserva ese brillo inocente en los ojos que ni la violencia ni la pobreza lograron arrebatarle. Cuando cumplió 10 años su padre lo obligó a trabajar en el mercado como ambulante vendiendo fósforos, jabones y detergentes. Pero trabajar se convirtió en un escape frente a los constantes maltratos que recibía desde pequeño.
Las calles se convirtieron en su refugio, él sentía que estando fuera de la casa estaría más seguro. Sus días transcurrían recorriendo toda la ciudad para vender algo y llevar las ganancias a su hogar. El trabajo se hacía cada vez más pesado y la vida más difícil.
“Una vez me sentí muy enfermo y me recosté en una vereda. No recuerdo bien qué pasó pero desperté en una cama. No sabía dónde estaba”. Un hombre de aspecto amable le habló con confianza y le dijo que lo atenderían, que no se preocupara y descansara. Gilmer sintió un gran alivio. Se acomodó entre las frazadas y cerró los ojos. Pensó que al abrirlos volvería a sentir la frialdad del cemento de las veredas y la indiferencia de los que pasaban por allí. Algunas horas después, despertó asustado y miró a su alrededor: estaba en una habitación rodeado de otras camas y de niños que lo miraban con curiosidad. Desde ese momento una nueva vida empezó para él, en un lugar donde encontraría chicos que como él aún tenían sueños y esperanzas.

Hogar, dulce hogar

En cualquier ciudad del Perú y del mundo es común ver a niños y niñas deambulando por las calles vendiendo golosinas, lustrando zapatos, lavando carros o mendigando. Según el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), se estima que existen alrededor de 100 mil niños viviendo en las calles en América Latina. El fenómeno de los niños de la calle es fruto del imparable crecimiento urbano, la pobreza y la falta de alternativas.
En Cajamarca no se ha realizado un estudio acucioso sobre el tema, lo que demuestra el poco interés de las autoridades por obtener la información necesaria y darle algún tipo de solución. Sin embargo, existen personas que movidos por un espíritu de servicio realizan acciones para cambiar esta realidad. Así nace “Chibolito” como una casa de acogida en el año 92 por iniciativa de un peruano y un belga apoyados por la congregación “El Buen Pastor.” De esta manera, emprenden el diario recorrido nocturno para acercarse poco a poco a niños y niñas que se enfrentan a los peligros de la noche.
El trabajo consistía en conversar con ellos, llevarles algo de comida y acompañarlos algunas horas. Esta tarea no era nada simple, estos niños son reacios si se trata de vincularse con otras personas; además, muchos de ellos se encontraban drogados y reaccionaban con violencia.
Pasado algún tiempo, con el apoyo de ONGs extranjeras lograron alquilar una casa con los servicios básicos para acoger a los niños en alto riesgo.
Este trabajo continúa hasta el día de hoy a cargo de Juan Carlos Llanos, quien es profesor y director de la casa, además de 3 personas, incluido un sicólogo que visita a los chicos cada cierto tiempo.

Actualmente viven en “Chibolito” solo 10 chicos, todos hombres, y un promedio de 15 entre chicos y chicas, asisten a los talleres diarios.
“Aquí les brindamos un lugar donde dormir, alimentos necesarios y talleres de danzas, música, carpintería, costura y reforzamiento escolar” comenta Juan Carlos, a quien los chicos llaman con mucho respeto “Profesor.”
El ambiente que se vive en este hogar es el de una gran familia. Los chicos colaboran en las tareas diarias como limpiar, cocinar y mantener la casa en orden.

Aprendiendo juntos

En el taller de costura, Ever (16) coloca la tela azul de polar bajo las agujas de la máquina de coser. Está entusiasmado con la idea de terminar su trabajo y estrenar por fin algo hecho por él mismo. “A mi me gustan todos los talleres porque en todos aprendo cosas nuevas”, me comenta concentrado en su labor.
El llegó a “Chibolito” hace 10 años por los problemas comunes de estos chicos: maltratos, abusos y carencias económicas en el hogar. Su primer trabajo fue como vendedor de chicles y luego se dedicó a tocar bombo junto a dos amigos. Desde ese momento descubrió su talento para la música. Es común verlo tocar junto a dos amigos en las plazas, micros y restaurantes de la ciudad. Cuando empezó a trabajar no le contó nada a su mamá, salía de su casa sin decir a dónde ni con quien. “Desde que vivo aquí todo es distinto, mi mamá sabe lo que hago y solo quiere que yo esté bien”. Al decir esto se muestra tranquilo y seguro. Ever es un chico despierto y hablador, que me recibió con un beso en la mejilla cuando llegué esa tarde a la casa y que a diferencia de los demás chicos no me trató de “usted”.

La profesora Ana Camacho ayuda a uno de los chicos a dibujar un molde. El adolescente presta atención y se impacienta cuando ella se acerca a ver como avanzan sus compañeros. “Ayúdeme a terminar esto de una vez”, le ruega, y la profesora se sienta junto a él y con mucha paciencia comparte sus conocimientos.
Ella trabaja en “Chibolito” desde hace 5 años y la relación que mantiene con los chicos es de confianza y estima. “Siempre tuve vocación de servicio y cuando se presentó la oportunidad de trabajar aquí acepté de inmediato”. Los chicos tienen un cariño especial por su profesora y amiga, a lo que ella retribuye no sólo con su trabajo sino también con sus consejos y apoyo incondicional para cada uno de ellos.

En el primer piso de la casa está el taller de carpintería. Es un salón amplio con los instrumentos necesarios para trabajar en madera: sillas, juguetes, colgadores y todo lo que ellos puedan crear. La mayor parte de los trabajos son colocados en tiendas de artesanías, ferias y en ocasiones se venden en la misma casa.
Actualmente están trabajando en la fabricación de una puerta para la entrada de la casa. Así, poco a poco irán implementando y mejorando el lugar donde viven. Lamentablemente ninguna institución les brinda una ayuda permanente. Al respecto Juan Carlos Llanos opina: “Las autoridades no se preocupan por estos chicos. Cuando los ven en la calle los llevan a la carceleta por unas horas y luego los sueltan. No existe un compromiso serio para apoyarlos.”

Este problema no es propio de Cajamarca. Es como una epidemia que se extiende por todo el mundo y los gobiernos no toman las medidas necesarias para contrarrestar las consecuencias que trae consigo.
La UNICEF se ha pronunciado al respecto y refiere: “Cada niño durmiendo en una plaza o con su bolsa de pegamento es el síntoma de que algo anda mal en la base; taparse los ojos ante esto no soluciona nada. Los niños, el eslabón más débil de la cadena, son la esperanza de un futuro distinto; también los de la calle. Estigmatizarlos no servirá para contribuir a algo nuevo”. Y es que no sólo depende de las autoridades sino de nosotros mismos ser parte de la solución del problema. Es cotidiano chocarnos con estos chicos que nos piden una “ayudita para seguir estudiando” y simplemente volteamos la mirada para olvidar que existen. Como dice Gilmer, el mayor de los chicos, “deben ponerse en nuestro lugar, nosotros queremos ser alguien en la vida. Tenemos aspiraciones como las tienen los hijos de cualquier familia. Si yo he cambiado otros chicos como yo pueden hacerlo también.” Al decir esto sus palabras cobran un tono distinto como si profetizaran un cambio que está en nuestras manos hacer realidad.

Y es que la situación actual de Gilmer es la prueba viva de que la fuerza de voluntad y el apoyo de gente desinteresada son el complemento necesario para darles una oportunidad a estos chicos. Él se propuso estudiar y salir adelante y hasta consiguió un trabajo como mesero en una pizzería. “Todos los días voy a trabajar y también apoyo aquí en la casa. Cuando tenga un trabajo estable quisiera poder retribuir con algo el apoyo que he recibido.” Tiempo atrás lo poco que ganaba de la venta ambulatoria lo gastaba en Internet o en el Pin Ball, ahora todo es muy distinto porque prefiere invertir en comprar ropa o ir de paseo con sus amigos. La relación con su padre también ha mejorado y lo visita de vez en cuando. Pero está seguro que no volvería a su casa, él quiere independizarse y alejarse de los malos recuerdos que felizmente el tiempo está disipando mientras que en su lugar ofrece un futuro promisorio.

Recorriendo la casa llego a la cocina y encuentro a Kevin (14) quien está pintando un pequeño cuadro en el cual está escrito su nombre y la imagen de un conejo. Cuando me acercó a mirar lo que hace, solo me saluda y sigue pintando. Saco la cámara fotográfica y sin pedirle permiso le tomo algunas fotos. Deja el pincel sobre la mesa, se arregla el cabello y me dice: “Tómame una foto con mi trabajo y me la mandas a mi correo”. Sonrío y le respondo que la enviaré tan pronto como pueda. Entonces se sienta, toma el cuadro y mira a la cámara orgulloso mostrando su “obra maestra”.

En el patio se escucha bulla y suenan las pegajosas notas de un reguetón. Algunos chicos están pintando y pegando palitos de madera y otros esperan con entusiasmo el taller de danzas. Me despido de ellos y salgo rápidamente de la casa. El cielo gris es signo de que una fuerte lluvia se acerca.
Mientras camino pienso en ellos y en las historias que viven cada uno. Gilmer sueña con estudiar una carrera técnica en el SENATI. Ever quiere ser doctor porque le parece “bacán salvar vidas”. Y así cada uno de ellos espera tener una oportunidad en la vida.

El presidente de los cambios y las predicciones astrológicas

Una crónica sobre el presidente que surgió de bajo, y que revoluciono los comicios electorales en Estados Unidos.
Por Karla Carrión

Hace muchos siglos un adivino predijo que un hombre de color sería el presidente de la nación más poderosa, y que cuando eso pasará esa nación se vendría abajo. El cuatro de noviembre de 2008, una fecha histórica, Barak Obama salio elegido como presidente de los Estados Unidos de América.
Barak, un hombre de condición humilde pudo llegar a ser presidente del más poderoso país, gracias a unos comicios en donde la multitud estadounidense se volcó a las urnas con la más firme esperanza de que ese día marcara el cambio.
Un cambio que no destroce ni a su nación, ni a ningún otro país; sino un cambio que ayude a generar lazos de fraternidad, ayuda, y sobre todo desarrollo entre países, con la visión de erradicar los conflictos entre los diferentes estados.
Recuerdo bien, que mientras él salía electo como presidente, yo me encontraba en la sala con mi hermana y mamá, cuando de pronto mi hermana subió al cuarto de mi papá, de pronto bajo corriendo y gritando. Barak Obama había ganado, por lo que esos gritos no podían ser desapercibidos.
Ese día supe que por fin este presidente, le pondría remedio a todo los males que cometió el anterior. Así mismo, desde el fondo de mi corazón empecé a tener fe de que en esos países maltratados por Bush, por fin los niños lo sentirían como sui verdadero países, sin más conflictos armados, que los traumen.
Simplemente el candidato republicano, le puso fin a la era de los demócratas, demostrando así que un simple poblador, puede si se esfuerza y lucha, llegar a cumplir todos sus sueños.
El resultado de esa campaña, fue un presidente capaz de adaptarse a lo que el mundo requiere de él.
Obama demostró que el era la mejor opción para un estado tan devastado y lleno de agujeros en sus clases sociales. Barak Es el presidente de los cambios, de los jóvenes. De sus jóvenes que creen que es hora de que se acabe todo lo que hizo mal Bush en sus dos periodos en el gobierno.
Ese día, miles de centenares de estadounidense no durmieron, ni dejaron de celebrar, y es que por fin tienen un presidente que demostró ser igual a las masas.

El pasillo solitario

Una descripcioón por Karla Carrión

El desaliñado cuerpo de la muchacha se apoya sobre el muro de la pared, del cuarto vacío en el que vive; las losetas frías y casi sin color del pasillo del edificio, son testigos de la soledad y tristeza que ella siente día tras día.
No ha encontrado mejor vestimenta para salir a esperar a su amado, que una blanca camisa, olvidada por él días atrás. Sus finos y largos dedos sostienen una taza de café, en la que ella busca el calor que su cuerpo y alma tanto reclaman.
La escalera de caracol solitaria atrapa la mirada desesperante de la joven, en la que la inocente criatura trata de escudriñar sin parar a ese amor que salió por ahí para no volver.
Tiene despeinado el cabello, como si un niño hubiera jugado con el haciéndose pasar por un estilista, y su largo cuello da testimonio de la tensión en la que vive.
Para ella ahora no existe nada más, no hay luz alguna que la haga sentir mejor, sus pies se han vuelto una viva expresión del nerviosismo que la invade por momentos. El deterioro de algunas partes de la escalera demuestra el estado del alma de aquella mujer que sólo busca el calor de unas manos que la amen sin parar.

Manos benditas

La historia de la señorita Gusbinda, huesera y curandera cajamarquina.

Por: Karla Carrión
El olor a vick vaporub se va apoderando lentamente del cuarto. Unos pasos se aproximan. La señorita Gusbinda, como todos los pobladores cajamarquinos la conocen. Su voz suave, delicada y fina se pueden escuchar al momento en que ella pronuncia: “buenas noches, niñita linda”, saludo que la ha caracterizado desde hace años atrás.
Su aspecto cansado y débil, se conjugan bien con el color plomo de una cabellera menuda, la cual siempre lleva recogida, tal vez para que no la incomode al momento de hacer su trabajo.
Sus manos sarmentosas han tomado el frasco del ungüento que utiliza en cada sesión. Un frágil y lento soplido entres sus manos dan inicio a la frotación de la cadera de la señora que ha ido a visitarla, y mientras la señora Gusbinda pasa sus manos, le va preguntando “¿qué es lo que le ha pasado?”.
La figura diminuta de la tan conocida huesera cajamarquina, contrasta con la fuerza que posee, es capaz de poder voltear o levantar a un hombre de tal vez unos 75 kilos de peso.
El cuarto esta casi vació, sólo tiene unas bancas de madera largas y poco cómodas, éstas están cubiertas por unas mantas hechas a crochet, un petate anchos tendido en el piso te dan la bienvenida al lugar destinado de toda la casa para la curación.
El tapete puesto sobre el piso le sirve a la señora Norma, para que no se ensucie, ni sienta el frío de las losetas blancas, que con el paso del tiempo, y el transcurrir de las personas lo han convertido en crema con pintas marrones, con figuras azules de la época de la colonia. Unos cuantos gritos se escucha, mientras las dos señoras mantienen una conversación similar a la de dos amigas que no se encuentran hace un buen tiempo.
“¿Ha traído usted una venda o tela?”, le pregunta Gusbinda a la señora que acaba de ayudar a que el hueso entre a su sitio. La señora Norma, no responde nada, pero una mano lejana y pequeña le acerca un pedazo de tela hasta donde se encuentra la señora “huesera.”, “¿Para qué sirve la tela?”, pregunta la pequeña hija de la señora recién curada.
La señorita Gusbinda, mientras va vendando le explica “que eso es para que el hueso que recién acaba de poner a su sitio no se enfrié y le duela a su mamá, porque el hueso tiene que permanecer caliente.”


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El timbre de la casa ubicada en el céntrico jirón Amalia Puga, cuadra ocho, se encuentra casi roto por la mitad, y el color marfil que tenía en sus inicios se han ido perdiendo con el transcurrir de las manos que acuden a él para saber si su huesera predilecta se encuentra.
Hoy, sábado por la mañana la fachada de la casa se puede apreciar sin ningún impedimento, no tiene más que a una señora recostada en la pared ploma metálica, esperando a que la señorita se desocupe de atender a una pareja de esposos que ha venido a visitarla para que los ayude a poner algún hueso en su lugar.
Una niña de unos diez años de edad se va acercando lentamente a la señora que espera en la pared. En su mano lleva una bolsa de maní con cascara. Su otra mano casi no la mueve, se ha caído el día de ayer sobre ella en su colegio, y ahora han venido a buscar a la señorita Gusbinda.
Han tocado el timbre de la casa, y una señorita de cabellos casi marrones ha abierto la puerta de tres hojas color marrón, con pintas blancas de la pintura que ha quedado de la época de carnaval. Su voz es suave, casi no se la escucha cuando habla, su cuerpo lo mantiene escondido tras una puerta que deja ver a grandes esfuerzos la imagen de la huesera sentada en un banca.
<>, le ha dicho a la señora que desilusionada a agachado su cabeza mientras se da la vuelta para regresar por donde vino.
La hija de la señora Juana Medina Alacalde, quienes esperan desde hace rato, ha levantado dócilmente sus ojos marrones casi verdes, en busca de la mirada de su amada madre, y una voz amorosa, le dice <<>>
_Yo la traigo a mi niña para que la señorita Gusbinda le arregle su bracito. La conozco desde hace tiempo, cuando mi esposo se cayó en su trabajo. No sabía a quién llevarlo, pero una amiga muy buena me recomendó a la señorita, entonces lo traje, ella lo arreglo. Por eso ahora a todas las personas que están mal en mi casa las traigo para que ella los arregle; inclusive cuando mi hija se encuentra asustada también vengo con ella, para que la limpie con periódico. Es muy buena sabe lo que hace, y lo hace muy bien, lástima que ahora ya este un poquito mayor y no atienda hasta tarde, porque antes atendía hasta tarde y todos los días; uno pasaba a las diez de la noche, y ella tenía gente esperando para que los limpie del susto o arregle algún hueso movido.


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Lleva puesto un vestido plomo a cuadros, con rayas negras verticales, y blancas en horizontal, es el típico vestido, que con el chal de color azul oscuro que lleva puesto, han formado la imagen de la huesera predilecta de Cajamarca en las mentes de sus pobladores.
Ella, una mujer que nunca se casó ha vivido desde niña en la casa donde atiende hace 37 años de edad a las personas que van en busca de sus sabias habilidades.
Nunca estudio, pero eso no fue, ni es un impedimento para que sepa el nombre de todos los huesos que tiene el cuerpo humano.



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La niña le ha tenido que rogar para que la “señorita Gusbinda”, como ella y todas las personas la llaman, la pueda atender. Tal vez la cara casi angelical que tiene la pequeña, ha cautivado el corazón bondadoso de una señora que no puede decir un no como respuesta.
Gusbinda sentada en una banda, la espera a la niña, que con cara de alegría le ha lanzado una mirada a su mamá.
La sobrina de la “señorita Gusbinda”, ha cortado la explicación que la señora Juana pensaba darle a su huesera, un beso intenso en la mejilla, es el preludio de una despedida cargada de sentimientos tiernos hacia su mamita, como ella la llama, y mientras la niña mira a su mamá, la sobrina cariñosa se despide diciendo <>

martes, 4 de noviembre de 2008

Recogiendo experiencias

Con la finalidad de complementar la formación profesional de los alumnos de la facultad de Ciencias de la Comunicación de Trujillo (22) y Cajamarca(6) realizaron un viaje a la ciudad de Lima acompañados del profesor Luis Eduardo García.
En 4 días de estadía , visitarán las agencias publicitarias Ogilvy y Quarzo; la reconocida revista Caretas, los programas de televisión Habacilar y Bailando por un sueño y finalmente la productora Flashback. Este viaje les permitirá conocer de cerca el trabajo de las diferentes áreas que ofrecen las comunicaciones y la importancia de las mismas en el mundo actual.
Asi mismo, será una experiencia que enriquecerá su nivel como futuros comunicadores.

martes, 28 de octubre de 2008

Dulce tentación

La historia de una vida hecha a base de vender maní confitado en un pasaje cajamarquino.
Una crónica de Karla Carrión, alumna de X ciclo.

Era una tarde de septiembre y la figura de un hombre se balanceaba por el pasaje Atahualpa. Una cabeza blanca como la nieve se podía distinguir desde la caseta que lo alberga hace 58 años.

Julio Segundo Chávez Galloso se ha pasado gran parte de su vida vendiendo maní confitado.”Es un trabajo que me ha permitido darle una profesión a dos hijos míos”, confiesa él, mientras va armando pequeños sobrecitos de maníes.

Unas pequeñas arrugas tan profundas como los surcos en una tierra recién labrada, marcan la frente cansada de una cara de color del maní confitado que prepara en una olla vieja con el fondo negro de la veces que se le ha pasado un poco el tiempo.

Una bandeja blanca con filos negros albergan al maní que el señor Chávez Galloso acaba de sacar del fuego, y es en ese momento cuando sus manos redondas y con dedos pequeños empiezan a envolver una pequeña porción depositada con una cuchara de sopa a unos retazos de papeles celofán coloridos cortados por él cuando no atiende a sus tan fieles clientes.

Clientes de todas las edades rebosan en la pequeña caseta instalada por la municipalidad en el pasaje que se ha convertido en su casa por horas, mientras una radio negra es su fiel compañera en los momentos de soledad.


“Siempre me preguntan si el dulce que preparo es de Piura o Chiclayo, pero yo les digo que no. Que estos maníes confitados son un dulce tradicional de Cajamarca”, comenta Chávez Galloso mientras escolares le compran un sol de esos deliciosos maníes.

Su corazón guarda el dolor que le provocó su padre al negarle apoyo económico décadas atrás. Dolor por el cual se tuvo que mudar de Cajabamba a Cajamarca en donde disfruta haciendo sus deliciosas golosinas.

Una voz suave y amigable caracteriza al “señor manicero”, nombre con el cual centenares de personas de todas las edades lo conocen . Reconocimiento que le ha llenado de satisfacción al recibir los dos premios que tiene en su haber, otorgados por la Cámara de Comercio y Producción de Cajamarca y por la Municipalidad Provincial de Cajamarca.

Cuarenta minutos es el tiempo que toma desde que las manos de don Julio empiezan a elaborar sus tentadores maníes hasta que llegan a boca de sus golosos clientes. El ritual se inicia cuando coloca dos tazas de agua en su olla y luego, una vez que rompe en ebullición, añade generosas dosis de azúcar rubia. Logrado el punto de caramelo vierte el maní tostado y en cuestión de minutos un dulce olor va volviendo agua la boca. Lo demás es entregarse a este placer único.

martes, 7 de octubre de 2008

Mónica, la periodista

"El fantasmita del pueblo" es el título de la crónica de Mónica Pérez, alumna del X ciclo, publicada en el último número de la revista Vea, que circula en las ciudades de Trujillo, Chiclayo y Cajamarca. En dicha crónica Mónica aborda la vida y milagros de Wilmer Huaripata -"el fantasmita"- que a fuerza de empeño y trabajo se hizo de un lugar en el espectro mediático cajamarquino. Felicitaciones a Mónica por este auspicioso debut.